El Estrecho de Vioño
Cuarto día del campamento de semana santa de los pioneros
Lunes, día 26 de marzo de 2018. No hacía ni dos horas que la luz del sol
había empezado a asomarse tímidamente por la cresta de las montañas
del norte de España.
Los habitantes de Vioño aún disfrutaban de su profundo sueño, mientras
que, en lo alto de una colina del pueblo, asentados en el templo del
mismo, un grupo de pioneros estaba a punto de ser despertado por los
gritos de un pequeño tumulto de espartanos dispuestos a guiar a la
unidad durante la travesía de ese día.
Cuando ya estaban todos despiertos, bien alimentados y preparados para
partir, los espartanos advirtieron a los pioneros del peligro que correrían
en el camino de ese día con el destino en el Estrecho de las Termópilas,
con el fin de pillar por sorpresa al ejército de Jerjes I, emperador de Persia,
y archienemigo de los espartanos.
Tras una charla motivadora y un par de gritos de guerra, el ejército se
dispuso a abandonar el pueblo. Llevadas ya un par de horas caminando,
uno de los exploradores del grupo divisó un cartel con el nombre del
pueblo al que estaban llegando: Vioño. Fue entonces cuando se dieron
cuenta de que uno de sus guías era un infiltrado persa que les había
guiado por el camino incorrecto, por lo que fue ejecutado.
Retomado el camino haca las Termópilas, anduvieron durante incansables
horas hasta llegar al estrecho, donde la lluvia torrencial del día anterior les
había dejado un lodazal de arenas movedizas que tardaron en cruzar.
Muchos cayeron en ese inmundo lugar y por si fuera poco, un monstruo
metálico de cuatro ruedas y de proporciones abismales cruzó el estrecho
arrojando a varios de los guerreros al fango.
Una tarde de celebraciones y batallas de gladiadores sucedió tras estos
acontecimientos, y cuando la luz se iba en el pueblo de Escobedo, al que
habían llegado al alba, cenaron un banquete en honor a los caídos y
cerraron sus ojos disponiéndose a dormir, o por lo menos intentarlo.
David Iglesias